12 de julio de 2013

Segundo día en Viena



Al día siguiente después de darnos un buen madrugón y desayunar nos fuimos al Palacio Schonbrünn o más conocido como el Palacio de Sisi, cogimos la visita al palacio (Classic Pass) con acceso a 40 habitaciones más el jardín. No hay palabras para describir aquello, la pena es no poder hacer fotos. Me sorprendió sobre todo que en aquella época se hablase de decoraciones japoneses y a Sisi parece ser que le encantaban y tenía alguna que otra habitación con ese toque y quedaban preciosas. Salimos de ahí y nos fuimos a ver el jardín del príncipe heredero que entraba en la visita y desde la parte de atrás empezamos a hacer fotos a lo que acontecía al fondo, era la Glorieta, un mirador en lo alto y final de la colina al que luego subiríamos. Pero antes nos paramos en el laberinto, qué risas porque aunque parezca mentira nos costó un rato largo y no exagero encontrar el centro donde había una escalera con un mirador para ver el laberinto desde arriba y desde ahí todo era más fácil… De ahí subimos a la Glorieta, que tenía un bar abajo pero solo subimos a ver las vistas. Salimos de allí y cansados de estar de pie nos sentamos a tomar algo antes de coger el metro para ir al Prater, que era una noria que había en un parque de atracciones al aire libre. Era una pasada, y la noria molaba mucho, aunque era antiquísima. Como estábamos muy relajados por allí  y ya era hora de comer elegimos un sitio “Schweizerhaus”, donde comimos un codillo enorme para los que éramos. Regresamos al hotel para relajarnos un poco y esa tarde decidí que había que probar la tarta Sacher y elegí “Aida Café Konditorei”, sin duda, espectacular, la parte de arriba sabía al chocolate fondant de los donuts pero estaba más duro. Me quedé con las ganas de traer alguno pero el viaje duraba una semana más y una de dos, o no aguantaba por el calor o no aguantaba porque me lo habría comido antes… Y de ahí, metro hacia el centro a continuar con museumquartier, qué ambientazo por allí, mogollón de gente joven sentada bien en unos artículos de plástico o en terrazas o en los bancos y bebiendo lo que se traían de casa o habían comprado en la tienda, así que no íbamos a ser menos e hicimos lo mismo para integrarnos con los vieneses. Aquella noche decidimos cenar Bratwurst porque estábamos tan llenos que hasta última hora de la noche no quisimos comer nada, así que nos pillamos algo en un puesto callejero y listo. De ahí al hotel y poco más.  

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