Al día siguiente después de
darnos un buen madrugón y desayunar nos fuimos al Palacio Schonbrünn o más
conocido como el Palacio de Sisi, cogimos la visita al palacio (Classic Pass)
con acceso a 40 habitaciones más el jardín. No hay palabras para describir
aquello, la pena es no poder hacer fotos. Me sorprendió sobre todo que en
aquella época se hablase de decoraciones japoneses y a Sisi parece ser que le
encantaban y tenía alguna que otra habitación con ese toque y quedaban
preciosas. Salimos de ahí y nos fuimos a ver el jardín del príncipe heredero que
entraba en la visita y desde la parte de atrás empezamos a hacer fotos a lo que
acontecía al fondo, era la Glorieta, un mirador en lo alto y final de la colina
al que luego subiríamos. Pero antes nos paramos en el laberinto, qué risas
porque aunque parezca mentira nos costó un rato largo y no exagero encontrar el
centro donde había una escalera con un mirador para ver el laberinto desde
arriba y desde ahí todo era más fácil… De ahí subimos a la Glorieta, que tenía
un bar abajo pero solo subimos a ver las vistas. Salimos de allí y cansados de
estar de pie nos sentamos a tomar algo antes de coger el metro para ir al
Prater, que era una noria que había en un parque de atracciones al aire libre.
Era una pasada, y la noria molaba mucho, aunque era antiquísima. Como estábamos
muy relajados por allí y ya era hora de
comer elegimos un sitio “Schweizerhaus”, donde comimos un codillo enorme para
los que éramos. Regresamos al hotel para relajarnos un poco y esa tarde decidí
que había que probar la tarta Sacher y elegí “Aida Café Konditorei”, sin duda,
espectacular, la parte de arriba sabía al chocolate fondant de los donuts pero
estaba más duro. Me quedé con las ganas de traer alguno pero el viaje duraba
una semana más y una de dos, o no aguantaba por el calor o no aguantaba porque
me lo habría comido antes… Y de ahí, metro hacia el centro a continuar con museumquartier,
qué ambientazo por allí, mogollón de gente joven sentada bien en unos artículos
de plástico o en terrazas o en los bancos y bebiendo lo que se traían de casa o
habían comprado en la tienda, así que no íbamos a ser menos e hicimos lo mismo
para integrarnos con los vieneses. Aquella noche decidimos cenar Bratwurst
porque estábamos tan llenos que hasta última hora de la noche no quisimos comer
nada, así que nos pillamos algo en un puesto callejero y listo. De ahí al hotel
y poco más.
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